viernes, 13 de febrero de 2009

Agradecimientos

Este es el final de este proyecto, espero que lo hayais disfrutado, de verdad. Yo lo he hecho.

En primer lugar sin lugar a dudas, quiero expresar mi más sincero agradecimiento y reconocimiento a mi tutor Cesar Prieto, sin el cual este trabajo no habría estado posible y que gracias a sus consejos, material, cooperación y guía he podido realizar un trabajo del que me siento orgulloso.

En segundo lugar, y no por ello menos importante, a todos que cooperaron en la creación de la novela cooperativa, os lo agradezco de veras, y os lo repito, espero que lo hayáis disfrutado. Creadores de la novela colectiva: “Discos de Paseo, Pulpiyos, Rose, y Kyra” que ha sido los que más han participado y a “Tartamundos Trotamudo, Duna, Laik*, Jordina y Xavier Anglada.”

domingo, 21 de diciembre de 2008

Capitulo final

Se acabo. El final se ha escrito y se da la historia por acabada. Gracias a todos por participar en este proyecto, os lo agradezco y como mínimo, espero que lo hayais disfrutado. Un saludo a todos.

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El lunes volvió a ser día de colegio. Y aunque nada lo aparentara iba a ser un día especial. Jorge y Ángela no se dieron cuenta de que muy sutilmente un par de jóvenes los seguían y se aposentaban en la puerta del colegio. Justo a la misma hora, otros dos iban rodeando el parque de atracciones, paseando por las calles adyacentes. Poco después de llegar se habían cruzado con Giselle.

El comisario, solo, paseaba sin rumbo. Iba a ser un día de trabajo. El domingo, a eso de las cuatro de la mañana y cuando despedía a su equipo para que durmieran un par de horas ya les advirtió.

-Recordad ambas cosas: mañana hay agitación y no quiero que sea por ningún operativo, paso a paso y cuando estemos seguros. Yo estaré en la calle y doy instrucciones por móvil. Vosotros cuatro sois los que primero salís.

La pareja que había seguido a Carlos dejo pasar una hora y entró, aparentando despiste, en el instituto.

- Mire, queremos hablar con el director, por favor.
- Sí esperen un momento. ¿De parte…?
- Mire, somos policías, es una comprobación rutinaria, le ruego que no lo comente por ahí.

Con el anuncio, el director los invitó a entrar enseguida. En su despacho sí que pudieron sacar sus placas.


-Ustedes dirán.
-Mire, hay un asunto bastante grave relacionado con un alumno del instituto, Jorge Molina…
-¿Jorge? ¡Jorge es un buen chico! –lo defendió el director.
-¡Claro que sí! –los dos policías se iban turnando la palabra-, el no ha hecho nada, pero precisamente nos ha dado una pista importante. Siga nuestras instrucciones, ¿de acuerdo? Y deje salir del instituto a Jorge.
-De acuerdo, señores. Claro está.
-Ahora nos meterá en una sala de reuniones cerrada. De aquí a diez minutos irá a buscar al chico, que recoja todo, como sí lo hubiera venido a buscar un familiar. Y nos lo trae aquí.

Un cuarto de hora después –ya eran las diez de la mañana- Jorge entraba en una pequeña sala que se había preparado para recibir a padres de alumnos.

-Hola Jorge, pasa. No te preocupes ni te extrañes porque ¿el sábado acudiste a la policía, verdad? Por eso estamos aquí, somos policías.
-Anda, ¿y cómo sabían quien era yo? Sólo dejamos un teléfono y no nos llamaron.
-No te llamamos porque nada nos garantizaba que tu teléfono no estuviera pinchado. Pero para la policía es muy fácil saber quién vive en determinada vivienda y qué es lo que hacen.
-Claro, pues ustedes dirán…
-Queríamos hablar contigo para que nos cuentes más cosas. Pero no aquí, aquí no nos gusta. Tienes que ir a casa. Nosotros salimos ahora y te esperamos allí. Tú saldrás del instituto a las diez y cuarto. Es importante que sigas las instrucciones. Y te encaminas a casa.
- Si, como me digan ustedes…
-Por cierto, hay una puerta dentro del vestíbulo de tu edificio. ¿Comunica con el taller mecánico que está en la esquina ¿verdad?
- Sí, con un despacho. A veces he visto entrar a los dueños por ahí.
-Perfecto. Nosotros estaremos esperando, pues, en el rellano de tu piso.

Efectivamente, cuando Jorge llegó los dos policías hacían tiempo en su descansillo. Una hora después, pedían permiso para hacer una llamada telefónica antes de salir al mismo
rellano.

-¿Sí? ¿Comisario? Le explico brevemente. El chaval poco sabe, pero nos ha dicho que atacaron a su hermana cerca del túnel del terror. Tiene una carpeta de documentos que dice que le ha robado a Von Kölberg, ya le explicaré cómo. He hecho venir al grafólogo y es cierto, es su letra. Deberíamos interpretarla porque hay material, pero parece claro por unos planos que en el túnel del terror ese pasa algo, ahí han montado cosas raras.

El comisario Arias empezaba a estar impaciente. Le gustaba tanto sentar las bases de un operativo como meterse en el fregado. A pesar de casi no haber dormido, estaba muy alerta. Había quedado contento de lo que había desplegado –poco, aún no había muchos datos- y sólo esperaba ya empezar a moverse, a correr. Vön Kolberg era uno de los fugados más buscados por la INTERPOL, y a la satisfacción de encontrarlo se añadiría un merito más en su hoja de servicios. Apología del nazismo, sectas, campos de entrenamiento, terrorismo,… Todo eso que en Alemania le cortaron y que parecía que quería restaurar en España.

Por eso, se sentía feliz cuando tras recibir la llamada de sus hombres se le ocurrió de repente una idea. Cogió el teléfono y la llevó a la práctica:

- Alcalde, soy el comisario Arias. Mira, hazme un favor. Encárgate de que una de esas maquinitas de barrer y una brigada tuya salgan para el parque de atracciones. Y prepárame ocho trajes de barrendero para una patrulla mía, te los envío rápido, en diez minutos los tienes ahí.
- Como ordene, comisario. ¿Podría saber para qué es?
- Ahora no, alcalde. He de darme prisa, pero sepa que si me sale bien, saldrá la ciudad en la prensa de toda Europa. Y para bien.

La siguiente llamada fue a comisaría. Pidió al subcomisario que escogiera ocho hombres, que los hiciera ir al ayuntamiento, preguntar por el alcalde y que se vistieran con los trajes que éste les diera. Uno de ellos debería llevar un móvil para darle instrucciones. Ninguna especial, que controlaran en general por la zona del tunel del terror y detuvieran a quien viesen por ahí y no supiese explicar qué hacía.

Mientras decía esto, iba subiendo por las calles, buscando el aire del parque y la pareja de guardia. Y desde las sombras, media hora después, vio como entraba en el recinto una cuadrilla de diez barrenderos. Se apresto a vigilarlos desde la cabina de unos teleféricos que aún sobrevolaban la montaña.

Von Kölberg quiso salir al exterior para tomar también aire. Le estaba agotando y desesperando la actitud del tonto ese. Era igual que su padre. Su padre,… ¡Cómo lo había traicionado su padre! Ese vital español con el que había coincidido en las aulas de Filosofía de Heidelberg, ese español con quien había soñado fundar una escuela filosófica de voluntad y poder. Y veinte años antes había huido con esos estatutos que habían modelado en tardes y noches gastadas en tabernas. Le había costado mucho encontrarlo y poco matarlo, pero no le servía de nada su muerte si no conseguía los estatutos. Esa caja que habían sellado y que desapareció con el español. Y había tardado en llegar a su hijo, ese hijo que tenía ahí debajo, abotargado, y que le había descubierto la caja que ahora ya no encontraba. Esa caja con los primeros estatutos que quería conseguir sin que el otro se sintiese herido en sus sentimientos de hijo y lo denunciase.

El cigarrillo que subió a fumar se estaba consumiendo cuando se dio cuenta que había una extraña agitación de brigadas de limpieza en el parque. Deberían buscar un nuevo lugar. Mañana mismo. El ayuntamiento no les dejaba respirar. Ahora mismo iba a bajar y a decirle a su hermana cuando llegase al mediodía que fueran recogiendo. La mano no llegó a empujar la puerta ante la voz que le llegó desde su izquierda.

-¿Adónde va, señor?

Uno de esos ridículos barrenderos con trajes verdes de rana. No convenía despertar sospechas.

-No, abajo un momento. Soy un antiguo directivo del parque y tenemos unos documentos almacenados aquí que debemos llevar al ayuntamiento. Cosa de segundos.

Pensó que debía llamara a Giselle enseguida, que no se acercara. Mientras tragaba un “buenos días” escueto y rabioso se fijó en que algo extraño sucedía también a su derecha. Cuatro pistolas lo apuntaban.

La llegada a comisaría coincidió con el llanto de Mike mientras veía al policía armado frente a él.

-No te preocupes, chico, creo que estás salvado.

************** Varias semanas después **************

Sentado el despacho en el que tantos años habia pasado el comisario Arias miraba despreocupadamente por la ventana, hacia un día esplendido. Sobre la mesa, abierto, había un periódico que presentaba en primera plana el titular: Von Kölberg detenido. Más abajo exponía todo el proceso desde la pista de un muchacho hasta la desmantelación de la secta, que no solo operaba en España, sino que después del fracaso en Alemania estableció puntos de reclutamiento en diferentes paises.
El comisario apartó la vista del exterior y se sonrió a si mismo cuando echo un vistazo al titular, satisfecho. Que gran golpe de suerte había tenido con esos dos hermanos. El día anterior había ido a su hogar a felicitarles personalmente por su ayuda, digna de elogios.
El chico que liberaron, Miguel, parecía alterado después de pasar tanto tiempo en ese sótano. Le obligaron a pasar diferentes chequeos médicos para comprobar su salud física y mental, el informe simplemente mencionaba agarrotamiento muscular y agotamiento mental. Al parecer el secuestro no le iba a dejar secuelas, era un chico fuerte.
Solo había un ligero empaño en su euforia. Después de la detención de los responsables, hicieron inventario de todos los documentos que se encontraban en su poder y requisaron todo lo que encontraron. Pero no pudieron hacer nada con el otro chico, Carlos. Ni una sola pista le incriminaba, estaba limpio. Al final no tuvieron más remedio que dejarle marchar, a pesar de que no le daba buena espina. Le tendría vigilado.



-Hola, Sail.
-Has tardado mucho en llegar, te estaba esperando.
-He tenido que ocuparme de unos asuntos, además como imaginé, hoy no es un buen día para aparecer por casa.
-Comprendo… Intenta evitar a tu padre, siempre te trae complicaciones.
-Eso dejará de ser un problema muy pronto.
-De todas maneras, ten cuidado. ¿Vendrás mañana?
-Probablemente.
-Necesito una respuesta concluyente…
-Por la mañana hablamos, ahora necesito pensar.
Carlos cerró el programa sin dar tiempo a responder al que estaba al otro lado.
Sin ni si quiera desvestirse, se tumbó en la cama y pasó varias horas en vela, con la mirada perdida.

Al día siguiente, temprano, minutos antes del amanecer se encontraron dos personas. Una de ellas era Carlos, la otra era un hombre mayor, rondaría los cincuenta años. Hablaban mientras paseaban por la colina que se alzaba a poca distancia del abandonado parque de atracciones, lugar donde fue detenido Von Kölberg y su hermana.
-Es una verdadera lástima que todo haya acabado así, esa pareja tenía potencial. –decía el hombre mientras caminaba. –Pero solo ha sido un pequeño revés. Ha sido más duro las caídas de Francia, Italia y Austria.
Se detuvo mientras su reflexionaba,
-Aún queda la carta maestra, y no puede fallar. Ya están todos los preparativos hechos, es cuestión de semanas. ¿Has traído lo que te pedí? –preguntó directamente a Carlos.
El chico le alargó con seguridad un objeto envuelto en un pañuelo de color marrón, su interlocutor no tardó en desenvolverlo y abrir la caja que envolvía.
-Impresionante. –le felicitó con ojos brillantes. –Tienes mucho potencial chico, y me parece que lo aprovecharás pronto. Has conseguido lo que no pudo Kölberg en años. ¿Qué ha sido del Guardián?
-Dudo que vuelva a aparecer algún día por aquí, y si lo hace será demasiado tarde. –su voz era fría e inexpresiva, con una nota de desprecio.
-Perfecto, entonces prepárate, mañana me acompañarás Suiza, nos están esperando. Y una cosa más, no volverás aquí en mucho tiempo.
-Nada me retiene aquí, tengo aspiraciones mayores.
-Tú lo has decidido.

Se despidieron en medio de un luminoso amanecer, que a pesar de su belleza, anunciaba malos presagios.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Retraso

La historia está practicamente concluida, si alguien desea continuar y darle un retoque a su gusto, el día 19, viernes, es el último día.

Un saludo.

Las continuaciones en la anterior.

EDITADA

lunes, 1 de diciembre de 2008

Capítulo 7

Hola a todos de nuevo. Este es el último capítulo de este proyecto. Os he de agradecer a todos vuestra colaboración y espero que como mínimo lo hayais disfrutado. Se ha de cerrar toda la línea argumental, intentando no dejar cabos sueltos.
Se cerrará el día 15 de diciembre, se puede retrasar si es necesario.

Muy bien, a ver que tal sale el final.

Un saludo.

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A pesar del dolor lacerante que le provocaban las cuerdas y de no poder ver por culpa de la venda que te ocultaba la vista, se espabiló. Todo el tiempo que había pasado encerrado en ese lugar le había agudizado los sentidos.
Lo primero que notó después de que abrieran la puerta de metal fue un profundo olor, que para su sorpresa, era de su agrado. Era dulzón e inundó al poco la estancia. No le cupo ninguna duda, era ella. No sabía por qué pero ella tenía las respuestas que el necesitaba.
Oyó el repiqueteo del chocar al caminar de los tacones y de la mujer según se acercaba. Se acercó tanto que sentía su respiración en la frente, algo que le incomodaba, su presencia era intimidatoria.
-Miguel –comenzó pronunciando cada letra con lentitud y una intención que no pudo identificar. –Vas a salir pronto de aquí, te lo aseguro, pero nos lo tienes que decir, ya.
-Y…yo… no lo se… -dijo con dificultades.
Cada vez le costaba más hablar, no estaba seguro de por qué pero mentir le exigía un esfuerzo mayor cada día que pasaba.
-Sí lo sabes, Miguel. Tu querido padre te lo dio antes de irse, y ya es hora de que nos lo des a nosotros.
-No…no se de que hablas.
Hace años, antes de que desapareciera su padre de su vida, le dio una caja, una caja muy importante. No sabía lo que contenía, y tampoco se molestó en abrirla. Javier, su padre, nunca le habia dedicado mucho tiempo a su hijo. Para Mike, era casi un desconocido. Pero un buen día, cuando estaban a solas en casa, se acercó a su hijo. Estaba nervioso, casi desesperado. No habló demasiado, no tenía tiempo. Simplemente le dejo ese objeto y después de unas palabras, que Mike las considero vacías de significado, se fue, para no volver. Durante los días de su encierro llegó a pensar que tal vez esas últimas palabras, hubieran sido sinceras. Que quizá algo que se le escapa a su entendimiento, les hubiera separado. Pero ya no importaba.
-Miguel, ¿sabes una cosa? –preguntó Giselle con su característico acento. –Vas a morir.
Lo dijo como si fuera la cosa más normal del mundo. Su indiferencia le asustó y estuvo a punto de rendirse y revelar todo lo que sabía.
La imagen de su padre, el último día que desapareció, junto con el valioso contenido de la caja, le dio fuerzas. Estaba dispuesto a morir. No solo por él mismo, ni por su padre, sino por todo el mundo.
-No tengo miedo –dijo imprimiendo la mayor fuerza a su palabras que pudo.
Giselle le miro fijamente, aunque el chico no podía saberlo.
-Eres un inepto, como tu padre. Morirás en vano.
Las facciones de Mike se tensaron en una mueca de odio y gritó:
-¡Malditos seáis! ¡Vosotros! ¡Vosotros os lo llevasteis! ¡Lo matasteis!
Todo empezaba a encajar, los secretos de su padre, sus oscuras revelaciones, aquellas personas… el objetivo final de todo ello.
La mujer sonrió satisfecha mientras se alejaba. Sujeto la puerta mientras lanzaba una última mirada de malicia hacia donde Mike se retorcía.
-Por fin lo has entendido. Mañana es tú último día. Está en tus manos vivir o morir.
Mike se revolvió intentado soltarse de sus atadoras, pero lo único que consiguió fue rasgarse las muñecas y los tobillas. Finalmente se detuvo mirando hacia donde creía que estaba esa asquerosa mujer.
-¡Zorra! –le gritó escupiendo en suelo.
Lo último que oyó fue la puerta cerrarse sumiéndole nuevamente en el más apabullante de los silencios.

Giselle Von Kölberg se situó también ante el ordenador. Repartía mensajes, ora en clave, ora escuetos y directos. Ya habían hablado de habilitar otro despacho, nunca en viviendas, eso sí. Eran fáciles de encontrar y había vecinos. Era una lástima, las comodidades y las vistas del parque de atracciones eran inmejorables, pero el ayuntamiento ya había contratado las excavadoras para que fuesen mordiendo, poco a poco todos los edificios. Incluso ese de dirección en el que se encontraba ahora.

Su hermano era quien había bajado al cuchitril donde tenían a Mike. El mensaje era el mismo que tres días antes:

-¿Con quien más has hablado?
-Con nadie, de verdad, sólo quería enseñárselo a Carlos.
-No pudimos estar pendientes de ti cada segundo, no me fio… -se desesperaba el alemán
-De verdad, de verdad que a nadie más –lloraba Carlos.
-Las instrucciones eran claras. Las propuestas de nuevos miembros me habían de llegar a mí, no se hacía nada sin que yo decidiera.
-Sólo quería enseñarle la cruz y la caja, no iba a hablarle de nada.
-Ohhh, sí, claro –ironizó Von Kölberg- le ibas a enseñar la cruz y la caja y no le ibas a contar absolutamente nada más… Y después eres tan inocente de explicármelo por el Messenger. Y orgulloso, encima. Menos mal que sabemos que la caja está en tus manos. Y menos mal que fuiste tan tonto de venir al parque cuando te lo dije.
-Pero señor Von Kölberg…-la bofetada le giró la cara y no pudo acabar.
-Señor Von Kölberg, señor Vön Kolberg,….-remedó sarcástico Y encima hemos tenido que controlar a su madre para que no nos denuncie-. Menos mal que es de los nuestros también.

En casa de Jorge ya habían paralizado la búsqueda y entraban en la cama con el nerviosismo de las últimas palabras pronunciadas por Ángela: “Mañana tenemos que ir a la policía”. Cuando entraron, un día canónico de otoño, en la desastrada oficina que servía de refugio a las fuerzas del orden desplegadas en el barrio, la dejadez era total. Estaba en el otro extremo, casi dentro de la estación marítima donde aprovechaban para controlar también la aduana. El sábado era día tranquilo, la febril actividad de los DNI acababa el viernes a las dos, la llegada de buques con carga se demoraba hasta el domingo a media tarde y las comunicaciones de la INTERPOL –una oficina aduanera recibía constantemente informes, avisos y peticiones de búsqueda- se habían cerrado. Así que el joven en prácticas, recién salido de la academia, que los recibió tampoco estaba para más indagaciones.

-Así que dices que quieres denunciar la desaparición de tu amigo.
-Miguel Castillo, hace tres días que ni viene al Instituto, ni contesta al móvil.
-Vamos a ver,… Pero tú ¿eres familiar?
-No, es compañero –se exaltaba Jorge sin entender el sentido de las palabras del policía.
- ¿Y sus familiares?
- Sus padres están separados.
- Ya –se sentía didáctico el joven policía-, pero ¿por qué no lo denuncian ellos?
- Es que su madre nos ha dicho que se ha ido con su padre, pero es mentira.
-Acabáramos –casi le había alegrado la mañana al joven miembro del cuerpo-, la madre es una mentirosa y tú el héroe.
-Por favor, sé que tengo razón, por favor, atiéndame,…
-Mira chico, en principio nadie puede denunciar a no ser que sea familiar directo.
- ¿Quién es el jefe aquí? –actuaba Jorge ya a la desesperada.
-A ver, chico –el guarda empezaba a cansarse- aquí no funcionan aquí las cosas. Para ti no hay jefes, yo soy quien decido si curso o no.
- Se que hay un formulario, lo puedo rellenar.
- Sólo los familiares.
- Bien, y pasar una nota a alguien-. Es que sé más cosas y hay un lío muy enredado.
-A ver –acabó el policía- mira, mañana por la noche viene el comisario. No puedes formular una denuncia, pero te voy a dar tres líneas. Cuéntale en tres líneas lo que quieras y se lo daré.

La nota, al fin y al cabo fue redactada por Ángela, más tranquila o por lo menos más fría. Las tres escuetas líneas que les dejó el agente. “Desaparición de Miguel Castillo. Tenemos planos del Parque de Atracciones con la situación de una celda. Parece preparado por un tal Von Kölberg. 93 3401743”. Ángela salió pensando que no había mejor manera de decirlo, pero que parecía todo de novela.

El resto del sábado discurrió con tranquilidad. Nada hacía presagiar la tormenta que se levantaría el domingo. En casa de Guillermo habían instalado un pequeño cuartel general.

-Ya está aquí Carlos, ha venido pronto –anunció Giselle a su hermano.
-Bien, prepárate para las clases de mañana. Te doy instrucciones después. Dile a Carlos que pase.

La actitud de Carlos era mucho más recatada que aquella la que últimamente hacía gala. Con la cabeza baja, asentía a todo lo que le expresaba su maestro.

-Bueno, ya sabes que queda uno sólo, ese tal Jorge. No sabe nada, pero los tres datos que conoce, mal utilizados, pueden hacernos daño. No te he de decir nada más.
- Sí, he estado pensando. No se preocupe.
- No me preocupo, claro que no. Con Guillermo lo hiciste muy bien. Tuviste que tirarlo dos veces por las escaleras ¿verdad?
- ¿Cómo lo sabe?
- Sin preguntas. Sólo con ver el cadáver lo supe. Con Jorge actúa igual, veo que el dinero que gastamos en llevarte a ese campo de entrenamiento en verano fue bien utilizado.

Mientras Carlos salía de casa de sui antiguo profesor, el comisario Amancio Arias repasaba una y otra vez una extraña nota sobre su mesa. Ni siquiera intentaba indagar que agente se la había dejado, ni siquiera llamaba al teléfono que le habían dejado. Simplemente abría el ordenador y buceaba en una página con una contraseña perfectamente encriptada: “Acabo de recibir una nota. Sin total seguridad, pero creo que tenemos a Von Kölberg”

domingo, 16 de noviembre de 2008

Capítulo 6

Ya queda poco para acabar el proyecto, a partid de ahora comienzan los capítulos de desenlace, por lo que hay que empezar a atar todos los cabos sueltos y a ir cerrando la trama. Bueno, gracias a todos por participar y espero que sigais hasta el final.

Un saludo!


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En ese momento Ángela estaba caminando por una acera para ir a su casa, cuando oyó un ruido a su espalda. Dio media vuelta y vio un gato negro que la miraba fijamente. Como no le gustaban los gatos, lo echó fuera y vio que debajo de él había un papel. Lo cogió y leyó:
“Ángela, si tú y tu hermano no dejáis de meter las narices donde no os conviene, veréis las consecuencias.
Al acabar de leer, comprendió que lo que le pasó la noche anterior fue cierto, y que el misterio de Mike tan solo era el principio.

Encontrarse una nota en ese instante era lo último que se esperaba. Ese hecho le confirmaba que estaba siendo vigilada y que, encima, le seguían. De regreso a casa no cesó de escrutar su alrededor con la mirada, pero fue en vano ya que no vio ni un solo movimiento. Eso le puso más nerviosa aún porque percató en que quien le seguía era suficientemente profesional para que él no se diese cuenta de su presencia. Intentó disimular su nerviosismo, con poco éxito, pero a la vez descargaba su rabia por la impotencia de la situación apretando con fuerza la notita, que había guardado justo después de leerla en el bolsillo de su chaqueta negra, con la mano derecha.

Al llegar a su casa, con las mejillas sonrojadas del frío y la rabia, después de un breve saludo a su familia y de unas respuestas monosilábicas a las preguntas rutinarias de su madre, Ángela se encerró en su habitación y sacó del bolsillo la misteriosa notita. La examinó muy detenidamente e intentó encontrar en ella alguna respuesta o algún tipo de señal, pero… Justo cuando estaba a punto de desistir, se dio cuenta de que, a parte de las arrugas causadas por sus apretones, había otro tipo de rugosidad en el papel. Era muy pequeño, pero suficiente para que Jorge pudiera distinguir dos banderas y unas siglas. La primera bandera estaba claro que era la de Alemania, pero la segunda no le sonaba de nada. Rápidamente cogió una silla, se sentó delante del escritorio y encendió su portátil, abrió Internet y se puso a buscar la bandera desconocida. Lo primero que se le ocurrió fue buscar una bandera de algún país, pero no fue así. Después, cayó en la cuenta de que quizás era otra bandera alemana cuyo paradero desconocía y buscó siguiendo esa hipótesis. Al poco rato la encontró. Era la bandera del Estado de Bremen, al noroeste de Alemania. Por lo referente a las siglas, Jorge no tenía ni idea de lo que podían significar, eran: A.V.K. Al lado de estas había otras cuatro letras:

FNSB.

Estaba confusa. No entendía nada y le ponía más nerviosa el caminar eléctrico de su hermano por el pasillo manejando impulsivo unos papeles. Era viernes, ni había clase ni deberes para el día siguiente, así que decidió entretenerse rastreando conexiones por Internet. Fue todo una fracción de segundo. En el justo momento en que apretaba el botón para acceder a las siglas misteriosas de la nota, su hermano se paró en el pasillo, casi frente a su puerta. La fracción de segundo que sucedió entre esa parada y las listas rojas y blancas a las que bordeaba una serpiente que parecía comerse su pantalla. En la esquina inferior derecha un reclamo en mayúsculas: AD VITA KAISER. En el borde superior derecho algo que interpretó como un nombre de persona. No se había cerrado la fracción cuando asaltó con la voz a su hermano:

-Jorge, ¿cómo se llama el alemán?
-Ángela, por Dios –se difuminaba su voz al entrar por la puerta-, estoy intentando concentrarme ¿De qué alemán me hablas?
-El que me has dicho antes que iba a casa de tu profe de filosofía, ése, ¿cómo se llama?
-Ayy Ángela, ¡qué pesada eres! –remarcó Jorge cada letra- Von Kölberg.
-Ven un momento. Creo que sale aquí.

A pesar del día de fiesta, consiguieron convencer a sus padres de que había una actividad colectiva el lunes en el instituto y de que era esencial que la realizasen juntos. Así los dejarían tranquilos. Sobre todo a Jorge, consciente de que cada lectura de los papeles que había sacado de casa de Guillermo podrían ayudarle a encontrar a Mike. Tras observar la nota, la misma bandera del anónimo y el nombre de Von Kölberg en el ordenador de su hermana, se tumbó en la cama consciente de que iba a ser una larga noche.

La primera imagen que los asaltó al encontrar el nombre del filósofo en Google tenía comentarios en alemán. Les costó trabajo y páginas llegar a una información en español. Y cuando la alcanzaron era una breve reseña en un foro de una extraña asociación uruguaya. El Cóndor de Fuego parecía llamarse, y entre mensajes apocalípticos y antisemitas alguien comentaba la detención, la huida y la desaparición de ese pensador alemán que quería “renovar la figura del constructor de occidente”. Tanto Ángela como su hermano, fotografía tras fotografía, descubrían al mentor de Guillermo. Aparecía constantemente, aunque lo normal es que se fueran repitiendo tres imágenes casi icónicas. Una de ellas era la de la entrada en algo que parecía un edificio oficial, escoltado de policías que parecían enfurecerse con un grupo de jóvenes también de uniforme. Su gesto era más que violento, duro. Otra de ellas era seguramente un busto de pestaña de libro: se le veía con un traje anticuado que contrastaba con la calidad moderna de la fotografía, un cabello rubio casi platino encasquetado en la cabeza y unas gafas de pasta. La última –aparecía con menos profusión y en páginas de diseño irregular- era la más misteriosa, por vulgar; aunque no se veía el mar el espacio era indudablemente el de una playa bastante rocosa. Aparecía el sólo, bastante lejano, con un niño de unos tres años en las rodillas.

Ángela trabajaba más las fisonomías y fue la que lo expresó al azar.

- El otro día me saludo por los pasillos del insti una chica que se le parecía.
- Ya está –saltó el grito de Jorge-. Ya está. Es igual que Giselle, es igual que Giselle, hostia…
- ¿Quién es Giselle?
- La nueva, la sustituta de Guillermo…
- Chicos –advirtió su madre al entreabrir la puerta-, no sabéis como me gustan esas exaltaciones por los estudios, pero me voy a dormir, y como me despertéis, os dais por castigados tantos días como la hora que sea…
-Sí, sí, sí, perdona mamá –Ángela era su ojito derecho- nos vamos ya enseguida dormir… Buenas noches.

Mientras la conversación se producía, Jorge disimulaba pasando hojas en las carpetas que había sacado de casa de su profesor. La casualidad hizo que viera casi juntos el nombre de Carlos y el de Mike –Miguel, eso sí, rezaba el papel-. Era un mero recorte de papel, como un apunte de ideas que después se iban pasar a limpio. Aparecía una fecha, el domingo anterior, justo el día antes de la desaparición de Mike, varios nombres –entre ellos el de Von Kölberg, y una extraña anotación: “a Carlos, pase de halcón, a Miguel, darle la cruz”. También se dio cuenta de que otra letra y otro bolígrafo diferente habían escrito en un margen: “hablar atentado”.

Con todo, lo que más le extrañó a Jorge fue que detrás del recorte aparecían varios planos, algunos reflejaban calles, otros eran láminas de arquitectura.

- Ge –así solía llamar de pequeña a su hermana-, ¿entiendes esto?
- A ver,… ésta es la calle del insti ¿no? Mira aquí pone el nombre.
- ¿Y por qué está tachada?
- No está tachada, tonto, es como un recorrido por las calles. Mira, y acaba…
- ¿Esto qué es?
- Pues si me sitúo, espera- seguía Ángela el rastro con el dedo, pero su hermano acabó antes.
- ¡Es el parque de atracciones!, ¿verdad?
- Ssssssss, sí, vas a despertar a mamá
- Ángela, ¿dónde dijiste que te habían atacado?
- Cerca del túnel del terror… Yo venía de…
- Que estaba en la esquina de abajo del parque, ¿no? –le interrumpió su hermano
- Eso es.
- Pues ahí es donde la línea termina.

Mientras, Mike dormía estirado en el suelo. Un par de horas después, justo cuando se acostaban los dos hermanos, alguien abriría la puerta de su sótano. Alguien que la penumbra volcaba en indefinición: podía ser tanto Giselle como Von Kölberg.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Capítulo 5

En el capítulo anterior ha habido una participación realmente baja, en parte se perdona por los examenes, pero os lo pido por favor, ponedle un poco mas de ganas, se necesita gente, que os recuerdo no hace falta que escriba como un profesional, solo ponedle ganas e iniciativa. Muchas gracias a todos y escribid!!!!

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Apenas escucho Jorge las confusas explicaciones de su hermana, decidió que esa misma tarde acudiría a casa de Guillermo. Recordó que Julia conocía la dirección y confió en poder convencerla para que lo acompañase un momento,…sólo un momento. Prefería que nadie del instituto lo supiese, y menos aún esa Giselle que acababa de llegar y si bien le daba confianza como profesora, le ofrecía escasa confianza general. Parecía una de esas personas que podía utilizar con amplificada y maligna precisión cualquier información que le llegase de cualquier persona. Ni siquiera se lo dijo a su hermana tras convencerlo la excusa de que había pasado ya una noche alterada.

Así que arrancando con explosión atlética recién sonaba el timbre del patio, sorteando en slalom los alumnos que salían de las aulas de ESO como balizas móviles y apremiando al conserje para que abriese la puerta, llegó a la cafetería –esta vez no se equivocó- cinco minutos antes de que apareciera Julia rodeada de alguna amiga más. Como había conseguido ese sitio estratégico, la pudo abordar antes de que el pie pisara el interior.

-Julia, ¿tienes algo que hacer esta tarde?
-¿Eh? No, mira, chico, no te equivoques…

Las amigas, tras pararse un segundo, siguieron andando mientras modelaban un significativo “uyuyuy…”

-Guardadme sitio, que ahora voy.
-No, no, Julia, no te lo decía por eso, es por si me podías acompañar a casa de Guillermo.
- ¿Cómo dices?
-Sí, te explico –sudaba Jorge por dar a su voz un tono calmado e interesante- cinco minutos sólo, te lo prometo. Es que están pasando cosas raras.
- ¿Cosas raras? Oye, chico, a mí no me metas en fregados, ya me lo llevará la nueva ésa el trabajo.
- Julia, cinco minutos sólo, por favor –extrañamente la voz de Jorge sonaba calma- Si no es que pase nada, pero entre que no encontramos a Mike, lo de Guillermo y que a mí hermana esta noche la han atacado pues estoy preocupado, sobre todo por Ángela.
-¿Tu hermana es Ángela? ¿La morenita tan simpática de cuarto? –se le iluminaron los ojos a Julia.
-Sí.
-Bueno, ¿y que quieres que haga yo? ¿Con qué excusa quieres ir?
-No sé, darle el pésame y ver si sabemos qué ha pasado. Cinco minutos sólo. Te lo prometo.
-Uffff, promesas de chicos,… -sonrió Julia- En fin, vale, pero si veo algo raro o pasan más de cinco minutos cojo y me voy. ¿Te queda claro?
- ¡Gracias! –se desvió Jorge hacia la función expresiva- A la salida entonces, a las cinco. Y me voy, que te dejo con tus amigas.

Hasta las cinco quedaban dos clases, una hora para comer y dos clases más. Un par de ellas eran prácticas en grupo y pudo convencer al resto de que no se sentía bien y que trabajaran por él. En otra vino un profesor de guardia que los dejó tranquilos y en la última de la tarde se enfrentó con ojos abiertos y mente cerrada a una enrevesada explicación sobre genética de poblaciones.

Y por fin, corriendo como era costumbre en él desde hacía dos días, alcanzó la puerta antes de que llegara Julia, a ver si se le iba a pasar.

- Ya estás aquí, ufff, miedo me das. Que si pasa algo me voy, ya te lo he dicho.
- No te preocupes mujer, ya procuraré yo que no pase nada, déjame hacer a mí.

En el breve camino hasta casa de Guillermo ella le fue guiando y él explicándole brevemente las ideas que se le habían ocurrido en las cuatro horas de clase.

-Mira, si vas a dar el pésame de parte de sus alumnos nadie se extrañará. Es lo más normal del mundo. A partir de ahí, deja que yo piense lo que más convenga, si en cinco minutos no saco nada en claro, nos vamos. Si ves que estoy triunfando, dame un tiempo de propina.
-Uyyy, chico, esas no eran las condiciones, pero bueno, todo sea porque tú hermana me cae bien.

El edificio que Julia recordaba era –como había visto el día anterior, el último que se abría antes del parque-. De él lo separaba un descampado montañoso con algunas cuevas y refugios tapiados que decían que habían servido de escondrijo durante la guerra civil. Otro ejemplo de edificios del desarrollismo de los setenta, como el cercano de los padres de Mike- con la particularidad de que es éste se encontraba en la ciudad.

-Sí, estoy segura de que es éste –afirmo Julia.
-Pues mira el reloj. Cuando lleguemos arriba y nos abran, cinco minutos.

El escollo del portero fue sorteado con elegancia:

- Hola, venimos a dar el pésame a la familia del profesor Guillermo Serés. Somos alumnos.
- Pobre Guillermo –articuló medio adormilado- No sé si hay alguien en casa. Estos días entran y salen a todas horas. En todo caso probad. Es el ático 21ª

En el ascensor, y hasta que no apretó el timbre, julia fue exigiendo tranquilidad a Jorge. Les abrió un sollozo que se apagó del todo al encenderse la luz del recibidor.

-Buenas tardes, señora –la calibró Jorge a toda velocidad y vio edad muy avanzada, ojos llorosos, luto-. Queríamos dar el pésame por la muerte del profesor Serés ¿Usted era su madre, verdad?
-Sí, hijo, sí –se volvió a despertar el sollozo- muchas gracias. Pero pasad, pasad, nos os quedéis ahí en la puerta.
- No gracias, no queríamos molestar –añadió Jorge mientras pensaba como conseguir entrar en casa sin parecer descortés.
- ¡Dios mío! ¡Cómo vais a molestar! –parecía totalmente un ruego-. Además estoy sola, mi nuera se ha ido a arreglar unos papeles de la autopsia y el alemán ha dicho que no volvía hasta la noche.

A Jorge, entonces, se le encendieron varias luces. Se decidió por la primera.
-El caso es que Julia hacía un trabajo con él y necesitaba unos documentos. El pobre señor Serés le había dicho que podía venir a recogerlos.
-Veis, hijitos, pues pasad. Yo no sé de todo eso, pero igual está en su despacho.

Una ojeada de segundos al despacho del que fue su profesor, amplio y con salida al balcón, no les descubrió nada, aparte de que guardaba un orden estricto.

- No, la verdad es que no vemos nada del trabajo de Julia, pero está todo muy ordenado.
- Uy, no penséis que mi hijo era así. Ha sido el alemán quien ha puesto orden.
- Julia –se exaltaba ya Jorge-, ¿Cómo se llamaba el escritor sobre el que tenías que hacer el trabajo?
- Von Kölberg, o algo así.
- Ese, ese es el alemán –cerro la señora el círculo.
- ¿Y era amigo de su hijo? Que curioso,… -replicó Jorge ya totalmente acelerado- ¿se conocían?
-Uyyy, sí, venía mucho por aquí últimamente. Pero espera. Mi hijo guardaba en otro cajón del comedor los papeles que revisaba por la noche. Era este, mirad a ver si los veis.

Y allí había algo, vaya si lo había. Jorge descubrió dos carpetas. Al abrirlas observo que en una de ellas había varias palabras subrayadas: “parque de atracciones” “sótanos activos” y un número de cuenta bancaria eran las tres marcas más destacadas. En la segunda carpeta había un dossier del que sólo pudo ver el título: “Aplicación de las teorías de Von Kölberg a España: Fundación de la nueva Era”

-¡Sí! –gritó sorprendido Jorge- Son estas, mire señora, el alemán sobre el que trabaja la chica. Nos las llevamos sólo para hacer fotocopias. Se las devolveremos

Cuando Julia le susurraba que ya llevaban cuatro minuto y medio, él inició la despedida.

- Lo siento, señora. Hemos de marchar. Tenemos reunión a y media en el instituto
- Vaya, qué lástima, Le diré a mi nuera que habéis venido.

Ya en la puerta, Jorge apostó con fuerza en una última baza.

- Lamento lo que ha pasado, señora, pero es que a nosotros no nos han informado. ¿Cómo murió su hijo?

La mujer lanzó una triste mirada a Jorge. Abrió ligeramente la boca, como si fuera a decir algo, pero no pronunció ni una palabra.
Jorge aguardado dubitativo durante unos segundos, hasta que decidió preguntar:
-¿Le ocurre algo, señora?
-No te preocupes, hijo. Es solo que no creo que os haga ningún bien contándoos lo que le ha pasado a Guillermo. Y menos a vosotros.
-¿Tan malo ha sido?
-Así es, gracias a Dios el señor Kölberg se ocupo de todo –bajó la mirada intentado ocultar una lagrima que resbalaba por su rostro.
Jorge no sabía que pensar. Por un lado sentía una curiosidad irrefrenable por averiguar lo ocurrido, pero por otro lado empezaba a notar un cierto temor, comenzaba a asustarle lo que pudiera haberle pasado. Con una ligera opresión en el pecho decidió no molestar importunar más a aquella mujer.
-Lo comprendo. No se preocupe por esto, señora Seres. Guillermo era muy querido, como profesor y como persona. Solo quería entender un poco mejor lo que le había ocurrido.
-Hasta luego, y de verdad, siento mucho lo de su hijo -dijo Julia mientras abría la puerta.
La mujer observó apenada como los dos traspasaban la puerta, y a modo de despedida añadió:
-Jorge, no pienses demasiado en Guillermo, solo te apenarás más, y muchas gracias por vuestra visita, os lo agradezco.
-No ha sido nada -dijeron ellos.
Jorge y Julia empezaron a bajar las escaleras de vuelta a la calle y escucharon el fuerte eco que hizo la puerta al cerrarse, marcando el principio de muchas dudas, pero también de otras tantas respuestas.
No llegaron si quiera al portal cuando Julia preguntó meditabunda:
-¿Te han servido estos cinco minutos?
Jorge respondió con el tono más jovial que fue capaz, sin que llegara a sonar intencionado:
-Bastante, aunque más por la conversación que por otra cosa, en el despacho vi algo que me esta rondando por la cabeza y ese alemán me empieza a parecer algo sospechoso. –Levantó la barbilla mirando al cielo mientras iba relacionando ideas.
-¿Te refieres a Von Kölberg?
-Ese mismo. Hay que ver que mal se me dan los nombres extranjeros. –dijo con una sonrisa.
-No te creas, a mí también me costo lo suyo. Pero ahora que dices eso del alemán, los textos que leí, siempre eran de temas muy rebuscados, e incluso extremistas muy extremistas.
-¿Qué quieres decir con extremistas? –pregunto Jorge con curiosidad mal disimulada.
-Pues… sobre la incapacidad de las personas para hacer lo que está bien, de que solo unos pocos tienen la capacidad para estar por encima de otros, es decir, que deberían existir diferentes castas. Pero lo malo no es eso, sino que piensa con una moralidad digamos, inexistente. Hay algo que esta muy claro en sus escritos: el fin justifica los medios.
Jorge prestó la máxima atención a las palabras de Julia, pendiente solo de ella.
Nada más terminar, algo terminó de encajar en su mente.
Algo que no podía ser. Algo que era demasiado improbable. Algo que si fuera verdad, podría causarle muchos problemas.
Pero tenía que averiguarlo, tenía que saber que demonios estaba ocurriendo en su vida.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Capítulo 4

Saludos a todos. Hoy comienza capítulo nuevo, de desarrollo. Estamos aproximadamente por la mitad del relato. En uno o dos capítulos más empezara el desenlace y en nada habremos acabado la historia. Cuento con todos vosotros.
Gracias!


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Jorge se dirigía con rapidez hacía su próxima clase. La nueva profesora le había sorprendido gratamente, su peculiar “presentación”. En el fondo reconocía que por un momento había visto venirse abajo sus posibilidades de aprobar, pero después de todo, no todo es tan malo como parece.
Estaba llegando a su aula pero se detuvo al escuchar unas voces que salían por un departamento. No pudo evitarlo. El nombre de su profesor de filosofía, Guillermo, que hacía las clases de lo más entretenidas, le clavó en el suelo como una estatua. Se acercó despacio, y se afirmó aun más su curiosidad al ver por la rendija de la puerta a varios profesores, entre ellos el director. Otros alumnos más que pasaban por allí, se detuvieron al verle tan concentrado junto al departamento de filosofía y se acercaron a ver que ocurría.
En la estancia interior, sin sospechar que tenían oyentes, a los que se iban sumando más, comentaban un tema peliagudo.
-… no tenía otra opción. Esa mujer ha llegado en el momento apropiado. Sus referencias son ejemplares y tiene experiencia en diferentes centros. –explicaba el director.
-Entonces no hay nada que objetar, esperemos que las cosas no se alteren y que todo lo que hemos hablado con salga de aquí, era un hombre muy querido. –dijo el jefe de estudios.
Jorge oyó como varios murmullos se alzaban a su alrededor.
-Aquí lo dejamos. La ausencia de Guillermo se hará patente durante las próximas semanas, pero espero que al cabo de unos pocos meses, Giselle se haya acostumbrado a dar clases aquí, es una excelente profesora.
-No lo dudo. –dijo la jefa del departamento de filosofía. –He hablado con ella sobre su estilo de llevar clases, y no pongo en duda de que lo hará bien.
-Bien, en ese caso, tengo que irme, aun me queda mucho papeleo y el caso de Guillermo ha sido algo totalmente inesperado. Tengo que llamar a su familia para darles mi pésame.
El corazón de Jorge dio un vuelco y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Intento abrirse paso entre la masa de estudiantes que empezaban a correr las noticias. En breves todo el mundo sabría lo ocurrido pero, ¿qué le había sucedido?

Intuía que la administración del centro trataría el asunto con total ignorancia y máxima discreción, así que –casi olvidando su obsesión por Mike-, decidió acudir a fuentes más certeras. Recordó que Guillermo tutorizaba un trabajo de investigación a una chica de la clase de Carlos y de Mike y hacia allí se dirigió. Tuvo que sortear a alumnos de la ESO que le obstaculizaban desde su poltrona en pleno suelo o que jugaban estúpidamente a pegarse. Recordó que esa chica se llamaba Julia Álvarez, pero alcanzado el objetivo de su aula se percató de que se había entretenido lo suficiente como para que el profesor ya hubiese empezado tras el cambio de clases. Tenían castellano, un barbudo inconsistente y malhumorado cuya única virtud era ser mínimamente ordenado en sus historias.

Tendría que ser en la hora del patio, pensó, mientras recibía la reprimenda de un profesor de guardia que sustituía precisamente a Giselle en su grupo. Le costó encontrarla después. Sus compañeros le indicaron que solía salir del instituto para ir a una cafetería que estaba un par de calles más abajo pero entre que se equivoco de calle y que la cafetería estaba a rebosar de estudiantes, no la distinguió hasta que quedaban diez minutos para que las clases recomenzasen. Iba a ser día de correr.

-Tú eres Julia, ¿verdad? –se disculpó
-Sí,- afirmó mientras lo reconocía y se extrañaba
-Te llevaba el trabajo Guillermo ¿verdad? –se trataba de ser rápido y efectivo.
-Sí –notó que tardaba unos segundos en responder-, ahora la alemana esa, claro…
-¿Y sabes que le ha pasado a Guillermo?
-¿Por qué? –Jorge no la notó a la defensiva y le dijo la verdad.
-Nada, es que he escuchado al director por casualidad y lo daba como palmado.
-Joder, qué fuerte. No sé, no sé nada.
-Le escribiste…
-Espera –lo cortó Julia-quedan tres minutos para entrar y como no nos demos prisa recibimos bronca de conserje, guardia y profe sucesivamente.
- ¿Me dejas que suba contigo? Un minuto más necesito.

Sí, estaba siendo día de correr. En ese minuto se informó de que sí, de que Guillermo usaba un mail para sus contactos con los alumnos, de que Julia había ido una vez a su casa a finales del curso anterior para recoger un par de libros y de que podía decirle casi con total seguridad cuál era su dirección, no muy lejos del instituto, la última casa antes del parque que estaban desmantelando. Corría aún por su habitación el papel en que la había apuntado a lápiz. Mañana mismo se la traía.

La despedida, corriendo por los pasillos al mismo ritmo que los profesores ponían orden le aportó un par de datos a los que no dio importancia, preocupado por acabar cortésmente la conversación.

-¿Y sobre que iba el trabajo?
-Ufff, un peñazo. Pero era muy bueno como tutor, estaba contenta yo. Iba sobre traducciones de filosofía. Me tenía que guiar por una que hizo él de un tal Von Kölberg o así. Espero que la pava esta no me lo cambie ahora que ya llevo casi la mitad.
-Pues la mitad de la nota vas a tener como no entres ya en clase Julia –precisó el amable profesor de inglés en la puerta del aula.

A Jorge aún el quedaban un par de aulas para llegar a la suya. No creo que se lo cambie, pensó, total Giselle también es alemana.

Ángela corría calle abajo. El viento de alborotaba el pelo y se lo echaba a la cara tapándole la visión. La cuesta estaba próxima a terminarse y poco a poco fue bajando el ritmo. Se detuvo a escasos metros del parque de atracciones. Era una pena que lo cerraran, le tenía mucho cariño. Tenía una corazonada, a lo mejor era cierta... o a lo mejor no, pero algo le decía que era un buen lugar por donde empezar a buscar. Aquel parque de atracciones era uno de los lugares favoritos de Mike. Ojalá todo eso no fuese más que una paranoia sin fundamento y realmente estuviese con su padre. Lo que más deseaba en esos momentos es que esa creencia fuera cierta, pero algo en ella le decía que no era así. Una especie de empatía hacia Mike la perseguía desde hacía unos meses. Al principio no sabía que era, y todavía ahora no estaba segura de si desde un principio fue amor… sentía como si algo dentro de el le hablase. Suspiró para dejar escapar esos extraños pensamientos y saltó la valla del parque. Ya había pillado práctica, no era la primera vez que lo hacía. Cayó al suelo sin muchos percances, solo un par de raspones en las rodillas, sin más importancia. Se incorporó y miró en derredor. Todo estaba inquietantemente tranquilo. Para ser tan temprano había poca luz, el cielo estaba oscuro y encapotado y algunas tímidas gotitas de agua empezaban a caer. Un escalofrío recorrió su espalda. Se frotó los brazos para entrar en calor.


Avanzó sigilosamente por el parque desierto. El escenario era el propio de una película de terror. El viento agitaba las rabas de los arboles, las hojas hacían remolinos en el suelo y el día era lúgubre y gris. Aquello no le daba buena espina, sabía que algo malo iba a pasar… aún así tenía que hacerlo, sentía como Mike la llamaba a gritos desde alguna parte.
El chirrido de un tiovivo la asustó. Aceleró el paso con el corazón en un puño. Miró hacia todos lados buscando un indicio por pequeño que fuera, de que Mike había estado allí. Iba andando sin mirar delante de sus pies y con los nervios tropezó con un pedrusco y calló de bruces al suelo. Cuando se recupero del golpe vio unas gotitas de sangre. Al principio pensó que le sangraba la nariz pero luego se dio cuenta de que no era suya. Siguió el pequeño rastro. Iba a trompicones, aparecía y desaparecía y siempre en mínimas cantidades. Terminó en la casa del terror. Desde luego era macabro. Holló algo extraño, como el eco lejano de un grito.

Carlos la había seguido todo el rato, tan discretamente que ella no se había percatado. Su nueva condición era verdaderamente extraordinaria, no dejaba de sorprenderle. Ángela se había percatado del rastro. Que ingenua era… le resultaba adorable que cayese en un truco tan simple. El cazador tenía a su presa bien arrinconada y ella no lo sabía siquiera. Carlos se miró la palma de la mano. Un rayita rosada la atravesaba, era el resultado del corte que se había hecho pocas horas antes. Ya casi no había rastro de el… excelente. Cuando Ángela se paró Carlos saltó para colocarse justo detrás suya.
- No deberías estar aquí, tienes clases ¿no es cierto? No te pega ser una chica mala y saltártelas.- rodeó la cintura de Ángela con los brazos y apoyó el mentón en su hombro aspirando el agradable aroma de su pelo. Siempre había deseado hacer eso.
- ¿Carlos?- aquella voz le sonaba era el amigo raro de Mike. Me has asustado…- se revolvió incomoda.
- ¿Que pasa, te disgusta?- la giró bruscamente para que se quedase frente a el. La agarró de las muñecas haciendo demasiada presión,, aún no controlaba sus fuerzas. Ángela estaba al borde del llanto.
- Déjame…- susurró. Los ojos de aquel chico le daban pavor. No eran humanos.
- Nunca te soltaré, no creas que podrás liberarte tan fácilmente.- le apartó el pelo de la oreja para susurrarle con una voz cavernosa.- ahora eres mía, me perteneces, eres mi juguete.
Le golpeó en la nuca y Ángela calló en sus brazos sin conocimiento. Se oyeron unos pasos acercándose.
- Déjala. ¿a que te crees que estas jugando? No empeores las cosas.
- Yo se lo que me hago.
- No, tú no sabes nada. Eres solo el fruto de nuestra sabiduría… no estas maduro aún. Y no permitiré que hagas lo que te venga en gana.- sentenció con firme acento alemán.
- Como usted diga Körblger.
- Bien, dame a la chica.- Carlos se la tendió a regañadientes.- serás castigado por esto, tu misión no era asustarla y casi desnucarla.
Carlos bajó la vista y cuando tubo fuerzas para levantarla otra vez Körblger ya no estaba.

Ángela despertó sobresaltada. Parpadeó un par de veces para acostumbrarse a la luz. Comprobó perpleja que estaba en su cuarto. ¿Había sido un sueño? No, no podía ser… aquellos ojos eras tan reales… y su ropa aun estaba algo húmeda por la débil lluvia. Desde la entrada de la casa escuchó la desesperada voz de su hermano preguntando por ella.

Ángela se levanto de la cama, aturdida, bajó las escaleras para ir a ver a su hermano. Su hermano estaba allí, preguntando por ella, preocupado.

- Ángela! donde te habías metido? te estaba buscando para volver a casa y nadie sabia nada de ti! - dijo Jorge con un tono enfadado.
- No estoy muy segura...lo recuerdo bastante mal...- dijo ella.-
Su hermano la cogió del brazo con esmero y se la llevó para que le contase lo que habia pasado. Y así ver si sus sospechas iban bien encaminadas.


Mientras tanto, Mike continuaba allí, sentado en una silla de algún lugar que ni por asomo reconocía, con los ojos vendados y con alguna persona alrededor que tampoco sabia exactamente quien era. Estaba asustado, muy asustado.